domingo, 16 de septiembre de 2012

ADULANTES Y ADULADOS





 POR: PAUSIDES REYES
 
El diccionario de la Real Academia española (DRAE) registra el verbo adular mas no el adjetivo coloquial adulante; sin embargo, no ha sido necesario esperar por un reconoci-miento institucional de la Academia para ver proliferar, por los cuatro costados del quehacer político de nuestros pueblos, esa plaga perversa de adulantes, jalamecates y jalabolas. Al son de la canta criolla y el refranero popular que justifica su práctica cada adulante baila su joro-po de acuerdo al estilo y gusto del adulado. Y no es un mal del que puedan acusarse única-mente a los lerdos porque también los hay doctores con doctorados y sin ellos. Entre el en-canto que se produce como consecuencia del desplazamiento de la energía libidinosa hacia el detentador del poder político y el oportunismo intencionalmente cultivado para obtener beneficios personales hay toda una gama variopinta de adulantes; forman parte, para decirlo en clave marxistoide, de la superestructura ideológica de la cultura del esclavo y el amo. Quien adula para congraciarse con quien detenta poder tiene que sacrificar espacios de libertad para que se afiancen los espacios de sumisión y servilismo. Y el adulado termina creyéndose administrador de la libertad de sus súbditos. El adulante carece de los principios morales más elementales y el adulado, cual vulgar “Divino Narciso”,(Sor Juana Inés de la Cruz, dixit) se siente portador de toda la belleza humana. Para los adulantes las ventosidades fétidas del funcionario con poder son fuente inagotable de los más exquisitos aromas de per-fumería, y lo más triste, el adulado lo cree a pie juntillas porque la ceguera es una de las consecuencias inevitables de permitir que te adulen. Halagar con frivolidad puede reportar beneficios inmediatos a quien hace uso de la adulancia con premeditación y alevosía; pero su contribución jamás se contabilizará en el haber de la lucha por la emancipación del hombre sino en el haber de los mecanismos de dominación. No es más revolucionario quien adula hasta agotar los gestos de genuflexión y las palabras laudatorias sino quien desde la irreverencia revolucionaria cultiva la insurrección de la conciencia. Digámoslo sin mucha mojigatería: los adulantes nunca fueron ni serán revolucionarios porque su grotesco servilismo apenas sirve para afianzar la enajenación del ser humano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario