POR: JUAN BARRETO
No se trata tan sólo de enarbolar las banderas del antiimperialismo y del socialismo. Se trata, por sobre todo, de un enfrentamiento radical contra la fuerza de la costumbre. Nada más y nada menos que erradicar un pensamiento hegemónico y sus prácticas asociadas. Una mentalización planetaria que cimentó raíz en la subjetividad y sensibilidad universal de nuestra especie: el capitalismo y toda su carga eco-depredadora, como matriz epistemológica organizadora de todo un pensamiento que supone al hombre enfrentado a la naturaleza.
En el capitalismo
la cultura es el resultado sintético de la razón enfrentada a las fuerzas
de la naturaleza. Saber, poder, lenguaje y subjetividad constituyen y
despliegan el modo extenso y de expresión de una relación de dominio que va
desde el control del átomo hasta la opresión y explotación de la fuerza bruta
del trabajo. Al decir de Max Weber, el capitalismo como relación social
unificadora, encuentra en la modernidad las condiciones éticas que le dan
viabilidad. Es decir, crecimiento, desarrollo, confort, bienestar, historicismo,
cientificismo, eficientismo, actualidad, burocracia y un largo etcétera, son el
corolario hegeliano de “la odisea del
espíritu por la historia”. Pura razón instrumental, osea, el pensamiento de los
medios y los fines eficientes para el logro de un objetivo, sin tomar en cuenta
nada más que la obtención de resultados. La posibilidad de vivir de otra manera
queda anulada y suspendida a favor del dictat del capital.
Además, muchos de
los que dicen estar en contra del sistema dominante, tienen en el corazón más
de lo mismo. Cuando se les interroga a fondo sobre las alternativas
del porvenir, suspiran profundo e imaginan un capitalismo social con
“rostro humano”, o por un tercer o cuarto camino o por una especie de
capitalismo verde. Marx decía, burlándose de esto: “el dinero tiene rostro
porque el señor caudales sólo tiene colmillos”. El filósofo político italiano Giuseppe
Cocco advierte que las formas de lucha contra el biopoder del capital deben ser
simultáneamente globales y locales, pero entendiendo por local incluso a la
fibra más intima de la subjetividad individual. La crisis actual es una suerte
de “interregno histórico”, muy parecido al paso del Medievo a la modernidad.
Por tanto, el pensamiento y la acción deben exigirse la apertura a muchas voces
radicales y antidogmáticas que den cuenta de realidades desiguales y
heterogéneas; para tratar de responder la pregunta: ¿cómo superar al
capitalismo, rompiendo con la pobreza y la desigualdad, en condiciones de
libertad eco-colectivas? Lenin decía que las propuestas de porvenir deben tomar
en cuenta los grandes y los pequeños pasos. Preguntarse siempre: ¿Qué será de
la vida cotidiana si se toma tal o cual medida? Otra vez con Poe, “en cada detalle
se oye reír al diablo”. El capital se asoma desde lo que esconde: explotación,
Expropiación, sustracción de la potencia
de la vida. En cambio, se vende como consenso, como aspiración colectiva
natural, como objetivo general a alcanzar. Admite que todo lo existente es
fruto del esfuerzo, pero pasa intencionalmente por alto que someterse a la explotación
produce para pocos riqueza y para muchos pobreza.
Nosotros por
nuestra parte compartimos taxativamente que es imposible un marxismo desvinculado
de la ecología, porque pensar hoy la contradicción capital-trabajo es igualmente
pensar en la contradicción capital-naturaleza, ¿o no? No sólo que es imposible pensar
la contradicción capital-trabajo sin sus efectos ambientales, sino que es
imposible pensar esta contradicción sin referirnos a algo tan inmediato como
los “recursos”, pero es indudable que no debemos caer en esa trampa
que quiere presentar al discurso de lo verde, o de lo ecológico, desprovisto de
direccionalidad política.
POR: JUAN BARRETO
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